martes, 4 de abril de 2017

Prohibido ser feliz

A muchas personas la primavera y el otoño les producen depresión. Otras muchas se sienten mal cuando ven que la gente disfruta a su alrededor. Es un tópico hablar de ese pariente que siempre se las arregla para aguar las fiestas familiares. Le basta ver que todos se lo están pasando bien para organizar una trifulca, sacar a colación los viejos trapos sucios o hacerse la víctima de afrentas reales o imaginarias. Siempre me he preguntado por qué algunas personas se la tienen jurada a la felicidad y hacen todo lo posible por no darle cauce. Es como si llevaran en la frente un tatuaje con un solo mandamiento: Prohibido ser feliz. Son personas tóxicas que contaminan todo cuanto tocan. Se quejan de que los demás evitan su compañía, pero no se dan cuenta de que la hacen casi imposible. Su tendencia a ver siempre la cara negativa de la vida, su propensión a difundir chismes de los demás, su mal humor permanente y sus críticas amargas solo sirven para multiplicar un sufrimiento inútil y de rebote aumentar su propio infortunio.

No es raro encontrar entre personas adultas con formación religiosa a muchas que consideran que el cristianismo es también tóxico porque parece oponerse a todo lo que hace feliz al ser humano. Así como el budismo disfruta hoy de buena prensa, porque se presenta como el camino de la felicidad y la compasión, la fe cristiana (a veces por falsas comprensiones y otras por méritos propios) se percibe como defensora de este valle de lágrimas. Algunos antiguos autores espirituales decían que en los evangelios hay textos que muestran que Jesús lloró, pero no hay ninguno que hable explícitamente de que Jesús se riera. Es verdad. Pero no hay que olvidar las veces en las que se habla de la alegría de Jesús, de sus muchos rasgos de humor. Por ejemplo, en el evangelio de Lucas leemos: “En aquel momento, el Espíritu Santo llenó de alegría a Jesús, que dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado esta cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos” (11,21). Pero, más allá de textos aislados, toda la vida de Jesús es un anuncio de la noticia alegre del evangelio, de la llegada de Dios a nuestras vidas. ¿Por qué hemos perdido este enfoque y lo hemos sustituido por otras visiones tremendistas y hasta tétricas? Tardaremos años en desembarazarnos de una visión oscurantista de la fe.

A la vista de este telón de fondo, se comprende mejor por qué el papa Francisco tiene tanto interés en presentar el Evangelio tal cual, con el mínimo posible de envoltorio histórico. Muchas personas siguen atrapadas en las nociones de catecismo que aprendieron de niños, en una obsesión con el pecado (o, como reacción, en la pérdida completa de su verdadero sentido), en una fijación en el sexo (o, como reacción, en una banalización adictiva), en un juicio negativo sobre las personas y las cosas, como si la resurrección de Jesús no estuviera ya actuando desde dentro en el mundo. Si yo no hubiera tenido una experiencia positiva y alegre del encuentro con Cristo, dudo mucho de que aceptara una fe tan funesta y castradora. Lo urgente, pues, no es multiplicar las palabras sino ayudar a las personas a tener un encuentro personal con Jesús que derrumbe estas murallas absurdas e inunde el corazón de la alegría de Dios.  El programa de Jesús no está construido a base de prohibiciones. Al contrario, es un programa de felicidad. Las  bienaventuranzas –tanto en la versión larga de Mateo (cf. 5,1-12) como en la corta de Lucas (6,20-23)– son un canto a la felicidad. Jesús quiere que descubramos cuáles son los caminos que conducen a ella para que no sucumbamos a propuestas de felicidad-basura.  

Frente al Prohibido ser feliz –que es el mandamiento supremo que algunos atribuyen a la Iglesia– Jesús repite, una y otra vez, Felices seréis los queSus palabras van acompañadas de gestos que ayudan a los seres humanos a disfrutar de esta felicidad de Dios: cura a enfermos y endemoniados, perdona a los pecadores y acoge a los excluidos. Este es su verdadero discurso sobre Dios, su más reveladora teología. Es como si dijera: Si yo actúo así es porque Dios es así. ¿Qué extraños virus han infectado este programa? ¿Por qué los cristianos en muchos momentos de la historia hemos dado la vuelta a este anuncio liberador hasta transformarlo en una especie de corsé opresivo? No podemos cambiar la historia, pero sí podemos vivir el presente de otra manera. No se puede ser seguidor de Jesús y continuar viviendo y anunciando un evangelio miserable. Seguimos a un Hombre que ha dado su vida para que nosotros la tengamos en abundancia. ¿Necesitamos más argumentos?

1 comentario:

  1. No hay ningún virus. Simplemente es la consecuencia de como, en el transcurso de los tiempos, se ha presentado la religión a los cristianos. Si sembramos miedo y pecado, recogeremos miedo y pecado. Si sembramos alegría, recogeremos alegría. Si sembramos amor, recogeremos amor.

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