domingo, 4 de septiembre de 2016

Otra Teresa amiga de Dios y de los pobres

La noticia es de alcance mundial. Hoy, a partir de las 10.30, en la plaza de san Pedro de Roma será canonizada la Madre Teresa de Calcuta, albanesa de nacimiento, india de adopción, ciudadana del mundo por la fe y el amor. Han pasado 19 años desde su muerte acaecida el 5 de septiembre de 1997. Recuerdo perfectamente el impacto que me causó. La ceremonia de hoy será retransmitida por televisión a todo el mundo. Yo procuraré verla junto a los participantes en la Fragua 21. De haber estado en Roma, me hubiera acercado a la plaza de san Pedro. Imagino que hoy estará gremita (abarrotada), como dicen los italianos. Siempre hay expertos en medir qué santo tiene más tirón popular. Parece que el ranking de los últimos años lo ocupan el padre Pío, Josemaría Escrivá de Balaguer, Juan XXIII y Juan Pablo II, aunque no sé en qué orden.

Teresa de Calcuta se une a la serie de grandes Teresas que han vivido el Evangelio a fondo en diversas épocas: Teresa de Ávila (1515-1582), Teresa de Lisieux (1873-1897), Teresa de los Andes (1900-1920) y Teresa Benedicta de la Cruz (1891-1942). Se ve que el nombre de Teresa empuja a vivir con autenticidad el seguimiento de Jesús.

Guardo con emoción el recuerdo de mi visita a la tumba de Madre Teresa en Calcuta. Fue en diciembre de 2013. A unos pocos metros celebré la Eucaristía. Todo me resultó extremadamente sencillo. Es como si el mismo lugar quisiera transmitir un mensaje claro: el Evangelio pertenece a los pobres y sencillos. Cuando uno visita el Gesù de Roma contempla la imponente tumba de Ignacio de Loyola. Eran otros tiempos. La santidad debía ser ensalzada y adornada. Era una forma humana de dar gloria a Dios y de paso al poder de la propia institución. En la espiritualidad de Teresa de Calcuta todo tiene el sabor de la sencillez y la pobreza: su cuarto (que pude visitar), su atuendo, su manera de hablar, etc.

Tras años de elogios casi unánimes (en 1979 se le concedió el Premio Nobel de la Paz, que ella agradeció con un célebre discurso), pronto surgieron voces críticas que ponían el acento en "el lado oscuro" de la Madre Teresa.  ¿Qué santo no ha pasado por una noche oscura de incomprensión y hasta de persecuciones? Va en el cofre del Evangelio: “Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros” (Jn 15,20). Se la ha acusado de asistencialismo, de connivencia con ricos y dictadores, de autoritarismo, de pauperismo, etc. No hay que excluir que tuviera algunos defectos humanos, pero eso no es óbice para que se haya dejado transformar por Dios. Un santo no es un ser humano perfecto sino -por emplear la expresión del teólogo protestante Paul Tillich- "un pecador del que Dios ha tenido misericordia". El tiempo va colocando cada cosa en su sitio. La Iglesia, tras un prudente período de discernimiento, ha reconocido la heroicidad de sus virtudes. Nosotros podemos contemplarla como modelo e intercesora. Necesitanmos más santos de los siglos XX y XXI para ver que la santidad no es algo del pasado remoto.

Hoy, en el día de su canonización, quisiera destacar y comentar tres conocidas frases de santa Teresa de Calcuta:

A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota.

Esta frase siempre me ha animado a valorar cualquier pequeño gesto que vaya en línea del Evangelio. Es cierto que ante los enormes desafíos que presentan la injustica y la increencia, uno se ve tentado de tirar la toalla. Los expertos hablan de cambios estructurales y cosas por el estilo. Los santos, en general, se ponen manos a la obra. Cada vez creo más en la eficacia transformadora de las pequeñas cosas hechas con amor.


Nuestros sufrimientos son caricias bondadosas de Dios, llamándonos para que nos volvamos a Él, y para hacernos reconocer que no somos nosotros los que controlamos nuestras vidas, sino que es Dios quien tiene el control, y podemos confiar plenamente en Él.

Quizá es una de las frases más polémicas. Cuesta llamar “caricias bondadosas” de Dios a los sufrimientos que nos amargan la vida. Pero lo que la Madre Teresa dice no se aparta un ápice de lo que leímos el Domingo XXI del Tiempo Ordinario en la segunda lectura de la carta a los Hebreos: “Hijo mío, no rechaces el castigo del Señor, no te enfades por su represión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos. Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos?”. Todo el contexto nos habla de un Dios que ama a sus, no de un Dios que busca su fracaso.


El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz.

Hace unos días Pablo d’Ors nos hablaba de la importancia del silencio en la vida espiritual. A mí me encanta cómo Teresa de Calcuta encadena el silencio, la oración, la fe, el amor y la paz. Es una cadena en la que no se puede prescindir de ningún eslabón. No habrá, pues, verdadera paz sin silencio. A primera vista, parecen realidades desconectadas, pero la experiencia de los santos nos ayuda a descubrir su vínculo profundo. La paz, en definitiva, es el fruto maduro de un proceso que se inicia con la escucha de nuestro propio corazón.





No me olvido del vídeo dominical de Fernando Armellini para comprender mejor el evangelio de este XXIII Domingo del Tiempo Ordinario:




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